En las noches de ahogo, miro atrás y me acuso.
Y es que, en estos tiempos, en algunos aspectos de la vida,
la ignorancia es un síntoma de sabiduría, pero, por el contrario, el silencio
nos hace cómplices de muchas injusticias.
En esas estaba yo, vigilando desde la retaguardia a mi grupo
de 40 turistas, observando como cruzábamos el puente que divide la frontera
entre Georgia y Armenia, en una especie de improvisada marcha fúnebre que tenía
como banda sonora el llanto de un niño pequeño, que lloraba desconsolado seguramente
intimidado por los trámites burocráticos fronterizos, por las altas
temperaturas, o por el tenso silencio que acompañaba este lugar tan inhóspito.
- -Señores, al otro lado de la frontera nos espera
Naira, nuestra guía local en Armenia, ella estará con un cartel de nuestra
compañía, tengan a mano su pasaporte, y caminen lo más juntos posible.
Una de las prioridades que tengo siempre con el grupo es,
que vaya lo más unido posible, puesto que está compuesto por personas de la 3ª
edad. En su mayoría son personas muy viajadas, y de buena salud, pero sucede
habitualmente, que también se encuentren personas de movilidad reducida, y por
eso yo vigilo siempre desde atrás e insisto en llevar un ritmo más o menos
parecido, adaptado también a las personas más lentas para evitar rezagados.
El día antes de viajar a Armenia, ya había hablado con Naira
por Whatsapp con el fin de aclarar algunas dudas sobre los trámites necesarios
para llegar a su país, y de paso, informarle de la hora a la que llegaríamos.
Primeramente, me llamó mucho la atención su forma de escribir. Escribía en un
perfecto castellano: Usaba tildes, escribía el imperativo correctamente, y
puntualizaba todas sus frases con tremenda habilidad. Además, por su foto, era
bastante joven, algo nada habitual en todos los guías con los que me había
cruzado hasta entonces.
Finalmente, llegamos al puesto fronterizo Armenio, pasamos
el control de pasaportes y reuní a todo mi grupo.
De pronto, del bullicio generado por mi grupo de 40 personas,
surge la voz de lo que en un principio me pareció una niña pequeña.
- ¡¡Bienvenidos a Armenia!! Vayan todos al autobús, está
nada más salir.
- Hola, eres Naira ¿verdad? Yo soy Miguel
Evidentemente que era ella, el único problema, es que en su
foto de Whatsapp lucía una melena negra azabache, y en persona resultó ser
rubia platino, además, parecía aún más joven que en foto.
- - ¡Hola Miguel! Si, soy yo, tienes razón, debería
actualizar mi foto. ¿Cómo estás?
- - Divinamente Naira, estamos todos muy contentos
de estar en tu país.
Nos estrechamos la mano, después de todo, ella iba a ser mi
compañera de trabajo durante los siguientes 4 días. Darse 2 besos en España
hubiese sido lo normal, pero en Armenia hubiera resultado absolutamente
innecesario. Desde el principio ella sonreía de oreja a oreja, noté rápidamente
como se hacía con todo el grupo, y también conmigo.
Como comentaba, Naira luce una melena rubia, tiene los ojos
color miel, un cutis de bebé, medirá aproximadamente 1,55cm y habla con dulzura
y resolución. Me gusta el contraste que tiene entre su escaso tamaño y lo
apañada que es.
Nuestra primera visita con Naira es a los Monasterios más
cercanos, ella lo maneja todo:
Maneja el tiempo, la entonación, las explicaciones, no deja
de sonreír ni un minuto, establece conmigo los tiempos de descanso y finalmente,
tras hora y media de visita, nos lleva de vuelta al autobús para ir al
restaurante establecido en ruta.
Reconozco que, tras contemplar esa exhibición, ese derroche
de habilidades en alguien tan cercano a mi edad, me sentí un poco intimidado,
su función y la mía, aunque ambos como guías, eran totalmente diferentes, pero
tuve algo de vértigo pensando en que mi trabajo, debía estar a la altura del de
esa diminuta armenia.
Finalmente llegamos a un bonito restaurante ubicado en las
verdes montañas armenias aún fronterizas con Georgia.
Me apresuro a darle toda la información referente al grupo
del que nos encargamos.
- - Naira, ella es Ingrid, no puede comer pescado.
Él es Victoriano, pedirá cerveza en cada comida, él es…
- - No te preocupes Miguel, yo iré apuntando uno a
uno todas las peculiaridades del grupo
- - ¿Sabes decir peculiaridades? ¿Pero eres de
Ereván o de Valladolid?
- - Jajajaj, siéntate con el chófer en la mesita de
la esquina, yo en cuanto termine, iré para allá.
Eso hice, al principio traté de ayudarla con las anotaciones,
pero me insistió mucho en que prefería encargarse ella sola, así que ahí
estaba, en una mesita a solas con nuestro chofer armenio “Ludo”, mientras ambos
observábamos como Naira atendía uno a uno a todos.
- - Hello Ludo! Do you speak english?
- - NO
Pues estamos cojonudos, Ludo. No me quedó más remedio que
sacar el móvil y ojear… nada, ya que no teníamos ni cobertura, ni wifi.
Finalmente, Naira se sentó a comer.
- -¡Qué aproveche mis chicos!
- --¡Qué aproveche Naira, Ludo!
La comida tenía una pinta exquisita, había más de 5 tipos de
quesos, unas ensaladas variadas, y una especie de pisto templado.
- - Luego vendrá la carne, Miguel. Espero que tengas
apetito.
- -Naira, tanto el grupo, como yo, estamos muy
contentos contigo, creo que mereces que te lo diga.
- -¿Sí? Pues muchísimas gracias, Miguel, yo tengo
que decir lo mismo. Por cierto ¿Cuántos años tienes?
- -Tengo 26, supongo que más o menos como tú. ¿Me
equivoco?
- - Jajajaj ¿lo dices en serio? Pero si tengo casi
40
En ese momento pensé que la pobre se estaría equivocando al
traducir los números, eso, o que en Armenia cada 365 días cumplen años dos
veces.
- -¿Casi 40? Jajajaj, Naira, ¿estás diciendo que me
sacas más de 10 años?
- -Si Miguel, tengo un hijo de 6 años, y llevo
casada 12. ¿De verdad pensabas que era de tu edad? Tengo exactamente, 37 años,
de los que llevo trabajando como guía 13.
No supe bien que decir, ni que pensar. Por un lado, sentí
alivio, ya que llevando tantos años trabajando, entendía que podía ser un poco
más normal esa exhibición de talento, ese derroche de habilidades como guía, e
irremediablemente, al liberarme de esa barrera competitiva que era tener la
misma edad, sentí menos intimidación. Pero por otro, y aunque aún no era
consciente, lamentaba que, de golpe y porrazo, lo que era una chica a priori de
mi edad, hubiese pasado a ser toda una madre casada. Sólo ahí me di cuenta, de
que, sin yo saberlo, ya me había propuesto inconscientemente poder conocerla un
poco más.
No me gustaría que esto se malinterpretase. En una sociedad
en la que primero se folla y luego se pregunta el nombre, es normal que
cualquier tipo de atracción que se sienta por una persona, se confunda o se
interprete de forma errónea. Atracción sexual sentía por mil chicas, no me
parecía algo meritorio, ni algo a destacar, para mí, como para muchas otras
personas, el sexo estaba desvirtuado y completamente alejado del amor, y ya no
del amor, incluso de la complicidad, del encandilamiento, del sentimiento de
admiración. Veía en el sexo una especie de apego que me causaba desapego, una
competición en la que alardear quien era más gilipollas, un desahogo
instintivo. Evidentemente existían contadas ocasiones en las que sexo y amor
eran uno, pero lo dicho, contadas ocasiones.
Y yo en ese momento por Naira, no sentía amor, ni atracción
sexual, pero quería saber todo sobre ella. 6 horas habían sido más que
suficientes para querer aprenderlo todo, de golpe Armenia era el país más
interesante del mundo, y ella un pequeño ángel que me guiaría a mí y a mi
ejército de 40 jubilados a entender todo.
- - Joder, ¿37 años entonces? Ya me dirás que cremas
usas, porque es una locura
- - Jajajaj yo también pensé que quizá tú tenías
alguno menos
- - Y Ludo, ¿qué edad tiene?
- - 38
- - Eso ya me cuadra más.
El jodido Ludo no estaba atendiendo absolutamente nada de la
conversación, pero en el gesto se le veía contento, como reconfortado de estar
compartiendo mesa con nosotros. Yo también estaba muy contento de existir.
- - Bueno Naira, ahora quédate tú aquí comiendo con
Rado, voy a ver que tal ha comido el grupo
- - De acuerdo Miguel, gracias.
Había dos señoras que habían sido especialmente gruñonas
durante todo el viaje, me temía lo peor a la hora de preguntarles sobre su
comida, de cualquier forma, procuré ser lo más cercano posible con ellas:
- - Hola queridas, ¿Han comido bien?
- - Miguel, que alegría, hemos comido de maravilla,
y esa Naiara, tan atenta…
- - Naira, se llama Naira
- - Ah si, Naira. ¿No es encantadora? Si pudiera, le
daría un beso
- - Anda, ¡y yo!
- -Jajajajaja, la verdad que es riquísima, ¡nos
dará un gran viaje!
Todo el grupo coincidía en la amabilidad y cariño de la
pequeña Naira. Todo era felicidad, les di 10 minutos para que terminasen los
cafés, y nos fuimos al bus, rumbo a Ereván, la capital de Armenia.
El trayecto duraba 2 horas y media, suficientes como para
que la mayoría de los pasajeros se quedasen dormidos.
Es habitual que en este tipo de viajes no se disponga de
cobertura móvil ni de wifi, por ello llevo siempre a mano algún libro que me
amenice el trayecto.
Pero no pude leer en esas 2 horas y media.
Naira y yo teníamos los 4 asientos delanteros para los 2,
tal y como suele marcar la norma. Ella estaba a mi derecha (al otro lado del
pasillo) y, por tanto, yo a su izquierda.
Por el camino me habló de Lorca, de Dalí, de Gala… no me
podía creer el conocimiento que tenía de todos ellos. Hubo un momento en que
tuve que disimular mi gusto por todo lo que nombraba, porque empezaba a parecer
que lo que en realidad me gustaba no eran esos artistas, sino ella. Aunque
vaya, empezaba a ser inevitable.
A la hora y media ya todo el autobús estaba en silencio,
sólo quedábamos hablando ella y yo, ahí decidimos que quizá lo mejor era
contemplar en silencio el paisaje y ver como poco a poco caía la noche, con los
ronquidos de nuestros 40 protegidos.
Al poco ella cayó dormida, observé como se ladeaba de lado a
lado, su respiración era tan suave y su nariz tan chata, que me tenía que fijar
en su diminuta tripa para ver si todavía respiraba.
La contemplé como un padre contempla a su hija recién
nacida, como un abuelo consiente a su nieta primeriza. Fue realmente espectacular ver cómo era capaz de ser tan resuelta, de tener tanto estilo, de ser apañada, dulce y cortés a la vez.
- - Puñetera Naira, ¿cómo tendrá esos pies tan
diminutos? Es graciosa, la cabrona.
Fuera ya era de noche, a lo lejos se empezaban a ver las
luces de Ereván, pero yo prefería seguir mirando la suave respiración de Naira.
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